Podría ser en cualquier día pero hoy, frente a la compu, me puse a escuchar El Danubio Azul”. Ese vals que escuché a los once años en la Primaria Juan Álvarez. La ponían los maestros en fechas especiales Le pregunté el título a los maestros y dijeron solemnemente “El Danubio Azul, de Johan Strauss”.
Cuando tuve quince
años la bailé siendo chamberlán de Sandra, una quinceañera. Y desde niño
quería, cuando fuera grande y me casara, ponerla en el tocadiscos en la fiesta
de cumpleaños de mis hijas.
Los caracteres
melancólicos son propios de enquencles, eso dicen, y debe ser verdad. Yo soy
uno. Hace rato jugamos futbol rápido en la cancha de La Juan. “Jugamos” es un
eufemismo para decir que corrí torpemente de arriba a abajo, echando el alma, y
escuchando que el profe Diego le decía a otro profe “ a ese con la pierna
izquierda, compadre”. Obvio se referían a mí. ¡Bah! No me importa si soy débil.
Yo lo que quiero es que pase la hora de educación física y volver al salón para
terminar la clase. Cuando acabe me iré a asomar al quinto año “B” a mirar por
las rejas cómo acaba su clase la maestra Rosa María. Alta y flaca ella, medio
morena y cabello corto con unos ojazos brujos. Al menos yo quedo hechizado
cuando regresa a vernos y nos dice con voz de canto “retírense; me perturban a
sus compañeros”.
Ahora estoy en la
planta alta. Hace algunos años estaba en la primera (es decir, en el segundo
piso porque nosotros contábamos desde abajo, lo que después la gente llamaría
Planta Baja). Cuando era así, iba en tercer año y andaba en mis ocho o nueve.
Vamos a ver: si acabé a los trece porque reprobé cuarto, cuando lo de Lucio,
quiere decir que a los diez iba en tercero, en el segundo piso, frente a la
Academia Comercial July que esperaba mis quince. Rufina iba en segundo, en la
planta baja. Allí me juntaba con otros niños para ver los labios rojos de
Rufina. Estaba bien chiquita, pero se pintaba la boca y el maestro se lo
permitía. Nos vendía el beso a veinte centavos. Yo nunca compré porque justo lo
que a veces llevaba para el recreo eran veinte centavos y compraba agua. No
porque no quisiera los besos sino porque era más grande la sed que la
arrechera, Y además Pedro, el hijo de Tancho, los compraba todos. El llevaba
como cinco pesos. No había lugar para otro.
Ella no se llamaba
Martha, como dice Napoleón; se llamaba Rufina y no sé por qué dí en llamarla
“María”. No creo que por lo romántico del sonar de “María”, a la mejor “Mary”
sonaba mejor. Pero de todos modos ¿Por qué? ¿De dónde tomé “María”? La cosa es
que me acostaba en la hamaca y me echaba en mi regazo a mi hermanita y me mecía
para dormirla mientras yo la arrullaba con la canción “Arrivederci, María”. que
tocaban en el radio Frankie y los Matadores, “y yo soy así también, como una
espuma en el mar”. Me perdía en los mecidos de la hamaca y pensando en María,
es decir, Rufina.
Una vez no fue Pedro
por enfermedad. No llegó el comprador y tuvieron oportunidad los demás. En una
de mis primeras decisiones rebeldes decidí quedarme en el barandal en vez de
regresar a mi salón. Rufina me preguntaba porque nunca compraba, ¿Acaso no me
gustaba? Y yo, en mis primeras caras de idiota, no respondía, solo veía como
abrí y cerraba su boquita. “Te voy a fiar uno” me dijo. Eso sí lo oí y me fui
de hocico hacia el barandal. “No sabes besar, ¿verdad?” preguntó. Moví la
cabeza, no sabía. “Así”. Se acercó y me dio un beso en la mejilla, Entonces
pude hablar: “Pero…a Pedro es de otro modo”. “Cuando me pagues te besaré como a
Pedro”. Guardé lo que me dieron para la doctrina el domingo y lo junté con los
veinte del recreo del lunes y allí estuve puntual a la hora del recreo. También
estaba Pedro, pero ahora yo había crecido: me había besado Rufina. Tenía diez,
pero soné como de quince: “traje el dinero” Y cobré. Oh sí, cobré. Y crecí
cinco años en ese día. Llegué a los quince y fui a bailar el vals del Danubio
Azul. Desgraciadamente ese crecimiento tenía un largo paréntesis de cinco años
y me faltaba echar a volar mi ilusión detrás de una voz que se oía en la
madrugada en la aldea. La profa Rosa María seguiría allí pero entre las de
quinto año vendría esa voz que como neblina cubrió todo y tapó todo. Pero no
tapó a Rufina.
Ahora, sin importar la
fecha, he escuchado el Danubio azul y recuerdo mis quince años y los años que
lo precedieron. Y tu rostro está frente a mí, en mi pantalla. La vida es como
sombra que pasa y el reloj no se detiene. Empero tenemos esa formidable máquina
del tiempo que son los recuerdos. Junto con ellos digo “Ay, amor, yo soy
satélite y tú eres mi sol” y me pierdo en el vals de Strauss. Y en cada onda
del vals te recupero y te vuelvo a perder, justo como en la vida real.