martes, febrero 14, 2017

EL DANUBIO AZUL




Podría ser en cualquier día pero hoy, frente a la compu, me puse a escuchar El Danubio Azul”. Ese vals que escuché a los once años  en la Primaria Juan Álvarez. La ponían los maestros en fechas especiales Le pregunté el título a los maestros y dijeron solemnemente “El Danubio Azul, de Johan Strauss”.

Cuando tuve quince años la bailé siendo chamberlán de Sandra, una quinceañera. Y desde niño quería, cuando fuera grande y me casara, ponerla en el tocadiscos en la fiesta de cumpleaños de mis hijas.

Los caracteres melancólicos son propios de enquencles, eso dicen, y debe ser verdad. Yo soy uno. Hace rato jugamos futbol rápido en la cancha de La Juan. “Jugamos” es un eufemismo para decir que corrí torpemente de arriba a abajo, echando el alma, y escuchando que el profe Diego le decía a otro profe “ a ese con la pierna izquierda, compadre”. Obvio se referían a mí. ¡Bah! No me importa si soy débil. Yo lo que quiero es que pase la hora de educación física y volver al salón para terminar la clase. Cuando acabe me iré a asomar al quinto año “B” a mirar por las rejas cómo acaba su clase la maestra Rosa María. Alta y flaca ella, medio morena y cabello corto con unos ojazos brujos. Al menos yo quedo hechizado cuando regresa a vernos y nos dice con voz de canto “retírense; me perturban a sus compañeros”.

Ahora estoy en la planta alta. Hace algunos años estaba en la primera (es decir, en el segundo piso porque nosotros contábamos desde abajo, lo que después la gente llamaría Planta Baja). Cuando era así, iba en tercer año y andaba en mis ocho o nueve. Vamos a ver: si acabé a los trece porque reprobé cuarto, cuando lo de Lucio, quiere decir que a los diez iba en tercero, en el segundo piso, frente a la Academia Comercial July que esperaba mis quince. Rufina iba en segundo, en la planta baja. Allí me juntaba con otros niños para ver los labios rojos de Rufina. Estaba bien chiquita, pero se pintaba la boca y el maestro se lo permitía. Nos vendía el beso a veinte centavos. Yo nunca compré porque justo lo que a veces llevaba para el recreo eran veinte centavos y compraba agua. No porque no quisiera los besos sino porque era más grande la sed que la arrechera, Y además Pedro, el hijo de Tancho, los compraba todos. El llevaba como cinco pesos. No había lugar para otro.

Ella no se llamaba Martha, como dice Napoleón; se llamaba Rufina y no sé por qué dí en llamarla “María”. No creo que por lo romántico del sonar de “María”, a la mejor “Mary” sonaba mejor. Pero de todos modos ¿Por qué? ¿De dónde tomé “María”? La cosa es que me acostaba en la hamaca y me echaba en mi regazo a mi hermanita y me mecía para dormirla mientras yo la arrullaba con la canción “Arrivederci, María”. que tocaban en el radio Frankie y los Matadores, “y yo soy así también, como una espuma en el mar”. Me perdía en los mecidos de la hamaca y pensando en María, es decir, Rufina.
Una vez no fue Pedro por enfermedad. No llegó el comprador y tuvieron oportunidad los demás. En una de mis primeras decisiones rebeldes decidí quedarme en el barandal en vez de regresar a mi salón. Rufina me preguntaba porque nunca compraba, ¿Acaso no me gustaba? Y yo, en mis primeras caras de idiota, no respondía, solo veía como abrí y cerraba su boquita. “Te voy a fiar uno” me dijo. Eso sí lo oí y me fui de hocico hacia el barandal. “No sabes besar, ¿verdad?” preguntó. Moví la cabeza, no sabía. “Así”. Se acercó y me dio un beso en la mejilla, Entonces pude hablar: “Pero…a Pedro es de otro modo”. “Cuando me pagues te besaré como a Pedro”. Guardé lo que me dieron para la doctrina el domingo y lo junté con los veinte del recreo del lunes y allí estuve puntual a la hora del recreo. También estaba Pedro, pero ahora yo había crecido: me había besado Rufina. Tenía diez, pero soné como de quince: “traje el dinero” Y cobré. Oh sí, cobré. Y crecí cinco años en ese día. Llegué a los quince y fui a bailar el vals del Danubio Azul. Desgraciadamente ese crecimiento tenía un largo paréntesis de cinco años y me faltaba echar a volar mi ilusión detrás de una voz que se oía en la madrugada en la aldea. La profa Rosa María seguiría allí pero entre las de quinto año vendría esa voz que como neblina cubrió todo y tapó todo. Pero no tapó a Rufina.


Ahora, sin importar la fecha, he escuchado el Danubio azul y recuerdo mis quince años y los años que lo precedieron. Y tu rostro está frente a mí, en mi pantalla. La vida es como sombra que pasa y el reloj no se detiene. Empero tenemos esa formidable máquina del tiempo que son los recuerdos. Junto con ellos digo “Ay, amor, yo soy satélite y tú eres mi sol” y me pierdo en el vals de Strauss. Y en cada onda del vals te recupero y te vuelvo a perder, justo como en la vida real.